La acaricié y la besé. La adoré, sin pensar,
dando por hecho que a ella la iba a enamorar.
Y así fue lo disfrutamos los dos con ganas,
hasta aullar de placer sin pensar en nadie más.
Ahora la miro en silencio, yace en relax,
mira y sonríe, yo, ¡deseo volver a amarla!
su piel brilla, me excita, me apabulla y hiere.
Pide caricias y me hace bullir la sangre.
Sin esperar a que lo pida, me hundo en ella,
tan húmeda me espera... que lloro al entrar en su hambrienta
gruta,
ansiando quedarme dentro para siempre jamás.
Su boca entreabierta exhala gemidos, su lengua juguetea,
apresando a la mía, la enlaza, sujeta y hacen yesca.
ahora somos uno, juntas dos mitades... ¡dos presas!