Entre
gritos de desesperanza,
la
corteza de este cuerpo,
se
cuartea y despedaza,
muriendo
el cuerpo…
agonizando
el alma.
No puedo
evitar el lanzarme al abismo,
estoy en
el pico más alto,
donde se diluye la fe
y brota absurdo, el carámbano del suicidio.
Me pesa
el pasar del tiempo
y no
vale evadirse ni ocultarse,
por esa
razón, con resentimiento, me esfuerzo.
Mas es
inútil… ¡no para su tic, tac... el tiempo!
Errante
y sin fe, caminé con la cabeza baja.
Mis
ansias de amor y de ternura,
en el
fondo de una cacerola, sucia y oxidada,
mustia y
resquebrajada de no ser usada.
Cargadas
al fin, mis espaldas,
de
llanto y desatino, por ególatra.
De ello
soy culpable, lo sé y lo admito
y aún así… qué horrible compañía es la
soledad,
pese
a merecerla.