Imagen obtenida de Internet
Me recorrí por entero diversos caminos,
anchos, estrechos o
inacabables.
Y me llegué cruzar, sin miedo,
cientos de veces con el guardián
del mismo infierno.
¿Y todo ello para qué?
Para no pensar que mi vida estaba
marcada por abismos,
clones en forma de cruces de caminos.
Senderos inacabables que
me urgían culpables,
a huir buscando mi destino.
Mi alma aullaba a la tarde.
Aullidos que eran rotos
por la
melodía chirriante de un maldito cobarde…
Aquel que gritaba su agonía, su cacofonía culpable,
ego
absurdo de un humanoide.
Un humano miserable, que andaba perdido y olvidado
desde su mismo
nacimiento.
Tantos pensamientos torturan mis quejidos…
mis hastiados
gemidos
y mis lágrimas insistentes e ingobernables.
Un solo pensamiento escapa al pavor y a la desesperación
de
este dolor y, tengo miedo…
Miedo que sea este pensamiento el único razonable…
Miro entonces con tristeza al abismo que se abre ante mí
y
pienso; ya no soy yo, llegué tarde...