Me acerqué a su
boca y la besé,
sus labios eran
puro vicio,
ambrosía de
azúcar glacé,
besos de locura y
de juicio.
Horas y cuerpos
que, despacio,
ahondaban en sus
entrañas
buscándose el
amor por doquier,
almas perdidas y
encontradas,
piel con piel,
como fieras, con sed.
Cerré los ojos y
la abracé
llenándome de su
bullicio
y allí, en su
candidez, la amé.