Imagen obtenida de Internet
Habita en mí tristeza, una pena muy honda.
Una combustión interna que se obstina
en diferenciar lo que me
lastima,
de lo que se me regodea.
Y de ahí nacen mis lágrimas,
un caudal inmenso,
que bate y
golpea sin piedad
sobre mi cadáver.
Unos pensamientos,
que me martillean sin cesar mi cerebro
y que
rugen cual volcán en erupción,
batallando siempre en contra
y matando uno tras otro, mis anhelos.
En mis ojos se apagaron las luces,
se quedaron opacos y
mustios,
casi sin brillo.
Viven secuestrados y ocultos
tras una máscara de desidia y
malos sueños.
Los latidos en mi pecho
no son ya humanos,
son aullidos de dolor y ausencias.
Retóricas del corazón
de un
hombre de mediana edad,
pero muy viejo en sus adentros.
La lucha se perdió en aranceles
de disociaciones y eclosiones
varias,
se mudaron a barrios más ricos
y "selectos" donde la tristeza
transmutó a la pena.
Perdiendo su prisa por vencer su batalla
a los entresijos
quebradizos,
y rotos del corazón.
Para perderse, sin remedio,
en las
profundidades del alma mía.