Imagen obtenida de Internet
La vi al momento, y al instante,
mis ojos comenzaron a brillar.
No fue una luz plañidera,
sino la hoguera de un amor sin igual.
Me acerqué, mis piernas temblaban,
los labios entreabiertos, y la mirada afiebrada,
y con el
corazón latiendo acelerado sin parar.
Cerca, muy cerca de mí estaba.
Fui con mis pasos titubeantes y la cabeza agachada,
cuando, al
mirarla de nuevo, vi que me observaba.
Temblé al ver sus ojos ¡me hechizaron!
Ella comenzó a danzar y a bailar,
y tuve que atravesar el infierno,
hasta el soñado paraíso que fue,
desde entonces, nuestro amoroso caminar.